lunes, 11 de junio de 2018

Sonata para Piano No.14

Por: Adrian García.
No sé por qué razón estaba ahí, volteé mi rostro y me dirigía de regreso ha aquel lugar donde estaban mis amigos, cuando de pronto apareció; con su encantadora sonrisa y su mirada llena de alegría, de luz. Se veía radiante.
Estaba tan ebrio que no recuerdo como es que comencé a correr junto a ella y su par de amigas, quienes querían comprar helado en un establecimiento que se encuentra a un par de cuadras del quiosco y por ello es que corríamos, cerrarían pronto.
Regresamos a aquel lugar donde la vi por primera vez y sus amigas se despidieron para dejarnos solos. La acompañe hasta su transporte y con una hermosa sonrisa y sus ojos llenos de alegría, se acerco hacia mi para darme un beso en la mejilla, de despedida. Me quede sin palabras y solo alcance a decirle un simple “adiós” mientras ella volteaba para tomar el bus rumbo a su casa.
Pasaron varias semanas y no dejaba de pensar en aquel día lluvioso y agitado en el que cruzamos miradas por primera vez, me llegaba un poco de nostalgia al recordar todo esto, tenia ganas de verla, de abrazarla y pedirle que se quedara conmigo.
Mensajeamos por un tiempo y nos pusimos de acuerdo para que yo pudiera verla de nuevo, nos volveríamos ver. Ella me sugirió que la recogiera en la escuela, ella saldría a las 8 de la noche y yo no tenia nada por hacer así que accedí. Llegue nervioso, ella salió tan linda como siempre y esto sucedió mediante cerca de una semana y media.
Un día, me beso cuando me encontraba distraído y poco a poco comenzamos a tratarnos distinto. Éramos los mejores amantes del mundo.
Aquella noche nos dirigíamos a su casa, ella sugirió un “atajo”, supuestamente llegaríamos al instante pues ya comenzaba a llover; pero justo a medio callejón, según mi apreciación, se paró justo enfrente de mi para comenzar a besarme mientras sus suaves y delicados dedos recorrían mi cuello, mi pelo y parte de mi torso. Gotas de lluvia caían sobre su cara y con una bonita sonrisa y su mirada tan profunda, hacia un intento de que no la viera mientras cerraba sus ojos y me seguía besando.
“¿Me vas a seguir queriendo?”. Ella asintió mientras me decía “Sígueme besando, Ángel”.

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